
La Oficina Filatélica y Postal Vaticana celebra a San Luis Orione
Con ocasión de la memoria litúrgica de San Luis Orione, y según la tradición, el Servicio de Correos y Filatelia de la Dirección de Telecomunicaciones y Sistemas Informáticos se ha reunido en la sede de la Oficina Central de Correos para un momento de oración y reflexión.
Este año, la celebración ha sido presidida por el Arzobispo Emilio Nappa, Secretario General de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, en presencia de la PresidentE, Sor Raffaella Petrini, del Director de la Dirección de Telecomunicaciones y Sistemas Informáticos, el ingeniero Antonino Intersimone, y del Procurador General de la Obra Don Orione, el padre Fabio Antonelli.
En su intervención, Monseñor Nappa subrayó cómo cada santo es inspirado por Dios en un contexto histórico determinado para dar respuesta a necesidades espirituales y sociales concretas.
Desde esta perspectiva, el Jefe del Servicio, el padre Felice Bruno, recorrió las raíces carismáticas de Don Orione, destacando cómo, en una época marcada por un fuerte anticlericalismo y un creciente alejamiento del Papado, el santo de Tortona supo reconocer en la Caridad el instrumento privilegiado para reconducir los corazones a Dios, al Papa y a la Iglesia.
La reflexión se centró especialmente en el profundo amor cristocéntrico que Don Orione sentía por el Papa, a quien reconocía como “el dulce Cristo en la tierra”.
Este momento de oración representó para todo el personal del Servicio de Correos y Filatelia y para la Familia orionita —que desde 1940 tiene el honor de gestionar el servicio postal vaticano— una ocasión para renovar con firmeza su fidelidad y afecto hacia el Santo Padre León XIV.
A continuación, publicamos la intervención del padre Felice Bruno:
San Luis Orione es universalmente reconocido como el santo de la caridad. Basta pensar en sus centros asistenciales, conocidos como Pequeño Cottolengo, o en las palabras con las que fue celebrado por los Sumos Pontífices.
A su muerte, ocurrida el 12 de marzo de 1940, Pío XII lo definió como «padre de los pobres e insigne bienhechor de la humanidad doliente y abandonada». San Juan Pablo II, con ocasión de su beatificación, afirmó que Don Orione “tenía el temple y el corazón del apóstol Pablo”, y lo llamó “estratega de la caridad” el día de su canonización, hace ya veintiún años. Benedicto XVI lo menciona en la encíclica Deus caritas est, incluyéndolo entre los “ejemplos eminentes de caridad social” (n. 40). Y no faltan resonancias evidentes —incluso paralelismos literales— entre el magisterio del papa Francisco y el carisma orionita: baste pensar en el tema de una Iglesia “en salida” o en su constante exhortación a reconocer el rostro de Dios en los pobres y en los descartados.
Sin embargo, el fin último de la obra de Don Orione —y de la Congregación por él fundada— es el amor a Cristo, a la Iglesia y, de manera muy particular, al Papa. La caridad es el medio privilegiado para alcanzar este fin.
En un contexto histórico marcado por un fuerte anticlericalismo, alimentado especialmente por la ideología antitemporalista del Risorgimento, Don Orione quiso imprimir desde el principio en sus religiosos el signo distintivo de una profunda papalinidad.
El amor al Papa adopta diversas formas, algunas de las cuales se concretan en los Institutos de vida consagrada mediante un cuarto voto. Así, por ejemplo, los jesuitas —además de los tres votos religiosos de obediencia, pobreza y castidad— emiten un “cuarto voto” de obediencia incondicional al Romano Pontífice. Nuestros hermanos paulinos, por voluntad de su fundador el beato Santiago Alberione, hacen un cuarto voto de fidelidad al Papa, que se expresa sobre todo en el apostolado a través de los medios de comunicación, como una “extensión de la misión del sucesor de san Pedro”.
Don Orione tenía una espiritualidad propia, profundamente cristocéntrica. El conocido hagiógrafo Alessandro Pronzato tituló su biografía del santo de Tortona El loco de Dios. Estaba enamorado de Jesús, y ese amor se reflejaba en su amor al Papa —a quien llamaba, citando a santa Catalina, “el dulce Cristo en la tierra”— y en los pobres, en quienes, como solía repetir, “brilla la imagen de Dios”. Jesús, el Papa, los pobres: tres llamas de un único fuego apostólico que ardía sin medida en su corazón.
No es de extrañar, por tanto, que Don Orione hablara del Papa con expresiones intensas, a veces hiperbólicas. Lo hemos oído hace un momento: “Nuestro Credo es el Papa, nuestra moral es el Papa; nuestro amor, nuestro corazón, la razón de nuestra vida es el Papa. Para nosotros, el Papa es Jesucristo: amar al Papa y amar a Jesús es lo mismo”.
Al considerar al Papa como “el eje de la obra de la Divina Providencia en el mundo”, Don Orione supo advertir con claridad la creciente fractura entre la Iglesia y el pueblo, entre la fe y la sociedad. Ante el atractivo de ideologías y costumbres que alejaban del Evangelio, maduró su inspiración y su estrategia: la caridad.
“Jamás como en nuestros días —escribía el 13 de abril de 1920— el pueblo ha estado tan alejado de la Iglesia y del Papa; por ello, es providencial que este amor sea despertado por todos los medios posibles, para que vuelva a vivir en las almas el amor de Jesucristo. El ejercicio de la caridad alcanzará plenamente su finalidad si responde a las necesidades de nuestros tiempos, que consisten precisamente en reconducir la sociedad a Dios, reuniéndola con el Papa y con la Iglesia”.
Y añadía: “¡Se necesitan obras de caridad! Son la mejor apología de la fe católica. Es preciso que en cada paso que demos nazca y florezca una obra de fraternidad, de humanidad, de caridad purísima y santísima, digna de hijos de la Iglesia, nacida y brotada del Corazón de Jesús: se necesitan obras del corazón y de la caridad cristiana. ¡Y todos creerán! La caridad abre los ojos de la fe y enciende los corazones en el amor a Dios”.
¿De qué tipo de amor al Papa hablamos, entonces? De un amor cristológico, enraizado en la conciencia de que el Papa es el Vicario de Cristo, vivido concretamente a través de las obras de caridad hacia los pequeños, los pobres, el pueblo. Esa es la originalidad de la papalinidad orionita.
Concluyo con unas palabras del Santo que expresan con claridad su ardiente pasión por el Papa y la Iglesia, con el deseo de que puedan también inspirarnos a nosotros, al inicio del Pontificado de León XIV, a quien deseamos enviar nuestro abrazo lleno de afecto:
“Somos todos del Papa, de la cabeza a los pies; somos del Papa por dentro y por fuera, con una adhesión total de mente y de corazón, de acción, de obras y de vida, a todo lo que puedan ser los deseos del Papa. El amor al Papa —no me atrevo a decir que sea nuestro tercer amor santo—, me parecería decir demasiado poco, ya que el amor al Papa se identifica para nosotros con el mismo amor a Jesucristo. En el Papa vemos al Señor, en la palabra del Papa escuchamos los deseos del mismo corazón de Jesús. Papa y Jesús, me atrevería a decir, son la misma cosa, porque el Papa es el dulce Cristo en la tierra”.
Y así, parafraseando a Don Orione, no solo nosotros, los religiosos orionitas, sino también todos nosotros, los trabajadores del Servicio de Correos y Filatelia del Vaticano —en quienes veo un gran apego al trabajo, al Papa y a la Gobernación— queremos ser “muchos corazones que palpitan en torno al corazón del Papa”.
Y si el Papa León desea venir a visitarnos, se lo repetiremos con afecto filial y sincero entusiasmo.